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Valencia 2013: ardores de grandeza

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El Valencia lleva diez años pagando sus errores. 283 millones de euros ganados en ventas y aún se deben cerca de 300 millones más. Desde las salidas de Mendieta, Farinós o el Piojo López hasta las más recientes de Soldado o Jordi Alba. Cada año perdían jugadores importantes. Pero se conseguían Copas, Ligas y finales Champions. A partir del 2005 esa gloria decayó, sin embargo, se asentaron como el tercer mejor equipo de España.

2013 fue para los valencianistas una mala noche después de una comilona. El equipo del Turia tragó durante mucho tiempo más de lo que podía comer. Forzó la máquina. La gula de los primeros años del siglo XXI dio paso a la eterna sobremesa. Copas vinieron y fueron, algunas cosas para festejar y momentos para llorar. La extraña temporada de Koeman, que acabaron décimos pero Campeones de la Copa del Rey, valga de referencia.

La temporada pasada, los valencianistas miraron con envidia al Manzanares, preguntándose por qué no eran ellos los que compartían podio con los dos grandes. Y para colmo, perdían su plaza de Champions en la última jornada. Eso encendió la mecha de Mestalla. “¿Cómo, siendo tan grandes, podemos quedarnos fuera de Liga de Campeones?”, debieron de preguntarse los valencianistas. La respuesta no se hizo esperar, los aficionados protestaron indignados y la directiva cesó a Valverde. ¿Qué iba a hacer una grada que también pidió la destitución de Unai Emery?, me pregunto yo. Ese entrenador que les asentó campeones de la liga de los otros en una liga a la escocesa.

Djukic fue un mal trago . Simplemente el equipo no funcionó. Los jugadores no se amoldaron al estilo de juego y el entrenador no se dio cuenta. Quiso forzar, no inculcar, una filosofía a futbolistas acostumbrados a otra cosa. El último encuentro del año sirve como ejemplo. Estévez propuso un partido a la contra y casi hace perder al Madrid media liga. Mestalla, con Djukic, tenía razón. Alguna vez tendría que acertar.

La grada valencianista, peca de megalómana, afincada en un pasado cada vez más lejano, tiene aires de grandeza. Más bien, tiene ardores de grandeza. Ese malestar interminable que, unido a la desestabilidad económica del club, ha influido negativamente en la continuidad de lo deportivo. ¿Será Peter Lim la sal de frutas que necesita el Valencia?