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La virtud de la pelota

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campo de juegoEl fútbol siempre es dueño de su resultado y el resultado se cierra cuando lo decide el fútbol. Las estadísticas, los favoritos, los presupuestos y los estados de forma, son argumentos previos que se manejan para sazonar la ceremonia; el antes y el después de un encuentro. El partido es una burbuja en la que se encierran dos equipos. No hay pared más cierta que las líneas que delimitan un terreno de juego. El que las pisa casi se electrocuta.

Observados por millones de personas, rodeados por decenas de miles de aficionados, en mitad de un ruido descomunal pero los dos equipos, paradójicamente, solos. Nadie escucha los gritos ni las respiraciones forzadas al extremo…solo en la distancia se intuyen sonidos de esfuerzo o gritos entecortados, casi nada. Cuando empieza un partido se pone en marcha la liturgia de los sistemas, las estrategias, las posiciones, la tensión, la ansiedad, la esperanza, la gloria y el miedo a perder, incluso, el miedo a ganar. En ese instante ya no vale nada que no responda a los criterios de la inteligencia, la intuición y el control de las emociones. Lo estudiado en los entrenamientos es memoria remota. El juego resulta de actos reflejos que, efectivamente, obedecen a lo entrenado pero no siempre se ejecutan a nivel consciente. Se actúa sin orden previa, por instinto. No sirve para nada, todo  lo entrenado si la cabeza va por un lado y el cuerpo por otro. Ni un excelente estado físico, obtenido en duras sesiones de trabajo, sirve si no responde la cabeza. Las piernas solo obedecen a la mente.

El futbolista es un conjunto de herramientas físicas y de complejos mapas de navegación, para moverse sobre un mar verdeguinea y hacerlo en el momento preciso, preferiblemente, con economía de esfuerzos y con eficacia para esquivar al contrario. Sin embargo todo depende del estado de ánimo y del punto de frio o de calor que soporte, y sepa asumir, esa máquina hecha del material de la albóndiga. Luego todo depende, increíblemente, de un factor que no se puede entrenar, la suerte. El trabajo la minimiza, pero jamás la anula. Esto es el fútbol, algo de lo que todos hablamos con la autoridad que nos concede el haberlo jugado o visto desde pequeños pero que, como jabón en la bañera, nadie atrapa con facilidad.

La libertad del fútbol para decir la última palabra es lo que hace de este deporte algo mágico. No se trata de una solución definitiva pero, durante noventa minutos, es capaz de pervertir el orden y hacer “del rico un paria y un potentado al proletario”.  Sueños transitorios que llamaron opio muchos de los que ahora, desde la insatisfacción intelectual, usan el agua fresca de este inocente juego, para sentir que viven, disfrutan o padecen, un rato. Esa es la virtud de la pelota.