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Iker Casillas, de jugador a árbitro

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CasillasLlegados a este punto, Iker entra al campo con la presión de las miradas desconfiadas, participa con el temor que le producen las gargantas despiadadas, y sale del terreno de juego rodeado de caras cabizbajas y resignadas. ¿A qué suena eso?

A todo esto y sin darse cuenta, el portero ha tomado la misma posición que el árbitro. Lejos quedó el participar para disfrutar. Asume el abucheo como situación normal y generalizada. Hacerlo bien o mal ya no supone ese elemento diferencial para que el entorno pueda cambiar de opinión sobre él. Esa opción ya es sólo de otros. Verlo en el campo es suficiente para atribuirle la culpa de todo o parte, cosa del rutinario día a día. Y a partir de esa asunción la vida sigue. Ha de seguir.

Unos dicen que no merece eso. Otros que debe pagar por sus errores. No ver salida suele angustiar. Divisar el punto de no retorno apena. Y hasta que llega el final, Casillas se ha convertido en ese árbitro desfondado que rema a contracorriente para ver si todavía puede salvar el partido y contentar a todos, que ve como cualquier decisión que toma es menospreciada y criticada destructivamente en un sentido u otro.

Es la excusa para justificar las penas de todos. El foco de la ira de esos que no hace tanto lo beatificaban. Las felicitaciones pasaron a mejor vida. Es la hora de sufrir cada fin de semana para poder aspirar a disfrutar otra vez. Pero hoy por hoy la cosa está difícil, por no decir imposible. Y lo peor: como le ocurre al árbitro, será así pase lo que pase en el campo.

Manuel Arenas (@Manuel7Arenas)