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El disfraz de la moral en el deporte

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Francisco Javier López Frías. Doctor en Filosofía

 Nos encanta hablar del deporte como un fenómeno moral, es decir, que va de la mano con aquello que hace virtuoso y excelente al ser humano. Al fin y al cabo se trata de una práctica que se preocupa esencialmente por alcanzar y cultivar la excelencia física. No obstante, esta ligazón del atleta con la excelencia física suele llevarse más allá. De este modo, no sólo se concibe a éste como un ejemplo moral a seguir, sino que las propias instituciones deportivas son vistas como organizaciones que pasean y predican de un modo ejemplar aquello que tomamos como bueno en nuestras sociedades. Y esto no es sólo una exigencia que el espectador o aficionado pone al protagonista de la práctica deportiva, sino que estos mismos están encantados de ponerse el traje de ejemplos morales y salir a predicar sus bondades.

 No obstante, por desgracia para aquellos que nos dedicamos a eso del análisis ético de la práctica deportiva, este “ponerse el traje de lo moral” no se hace en serio, sino más bien a modo de simple disfraz o atuendo que se lleva porque está de moda (o porque queda bonito), pero que no se toma en serio. El día de hoy ha traído dos casos que no hacen más que confirmar eso que decía Groucho Marx sobre las personas y los principios, que cuando no resultan exitosos, no tenemos ningún reparo en adoptar otros que sean más eficaces. Que esta es la realidad del deporte de élite actual nos lo han confirmado las dos noticias deportivas más sonadas del día de hoy.

 La primera es el fichaje de Luis Suárez por el Barcelona. El club que durante años ha sacado pecho por ser el abanderado de “els valors”, el fair play, la cantera y todo aquello que le otorgaba un halo de “superioridad moral” (de ser “más que un club”) que el día de hoy se ha agotado, justamente coincidiendo con el fin de la maravillosa generación de los Iniesta, Xavi y compañía. Y es que, cuando no llega la victoria en el deporte, la tendencia es precisamente la de elegir otros valores que nos la faciliten, los principios morales son una carga entonces. Mientras que se ganada con “valores” el disfraz de la moral queda muy bonito y se paseaba por todos los lugares, ahora que éstos no dan la victoria, más vale cambiar de traje, aunque sea un poco más feo. Por ejemplo, se dirá que el debate “cantera vs cartera” está agotado, pues lo que ahora está de moda es competir bien, como, por cierto, siempre lo estuvo, por mucho que nos hayamos empeñado en hablar de valores (algo que nos ha recordado el Atlético de Simeone).

 La segunda noticia es la que ha agitado el mundo del baloncesto. El hijo pródigo, el Rey, ese “niño nacido en Akron”, vuelve a casa, Cleveland, para, según sus declaraciones, hacer el bien a la comunidad que tanto le dio de pequeño:

Esto no se trata de la plantilla de los Cavs ni del funcionamiento de la franquicia. Va más allá del baloncesto. Tengo una responsabilidad que me tomo muy en serio, sé que aquí puedo significar aún más de lo que significaba en Miami. Quiero que los chicos del noreste de Ohio piensen que este es el mejor sitio del mundo en el que crecer. Quizá así decidan quedarse aquí, crear una familia o abrir un negocio. Eso me haría sonreir. Nuestra comunidad, que ha tenido que luchar mucho, necesita de todo el talento que se ponga a su disposición. En el noreste de Ohio nada llega regalado. Todo hay que ganárselo. Trabajas para lograr aquello que quieres. Estoy preparado para aceptar el reto. Vuelvo a casa.

No podemos jugar a meternos en las cabezas de otros y criticar sin saber si estos son o no los verdaderos motivos de “King James” (igual es uno de los pocos jugadores de la historia que se toma en serio su responsabilidad social). Pero sí podemos poner en duda sus palabras preguntándole si habría vuelto en caso de que su equipo no contara con 3 números uno del draft: Kyrie Irving, Andrew Wiggins y Anthony Bennet, y si no fuera a convertirse, probablemente, en el jugador mejor pagado de la NBA. Y es que, el disfraz de la moral queda muy bonito, pero sería mejor si lo lleváramos en serio, como aquel traje de los domingos que se guardaba como oro en paño, en vez de usarlo para llamar la atención o convertirnos en objetos de (falsa) admiración.