Nuevas caras pero idénticas sensaciones. Así se puede definir el estado actual de la selección española de fútbol. La roja parece vivir anclada en aquel 13 de junio en el Arena Fonte Nova de Brasil, donde Holanda abofeteó futbolísticamente a una selección que venía sumando páginas a la historia del fútbol español. Ayer, ante un rival de menos caché (40 en el ranking FIFA), los de Vicente del Bosque volvieron a llevarse el balón a casa, aunque sin llegar a concretar una idea clara con el cuero en los pies. Con una delantera sin pólvora (Costa sigue fiel a la Premier, y nada más) y con un Casillas que sigue dando que hablar no solo fuera del campo. Cuarto partido consecutivo en el que le encajan gol al de Móstoles.
Se exigían nuevos actores de reparto, pero el resultado sigue siendo el mismo que meses atrás. Del Bosque afirmó después del partido de anoche que España no está en una dinámica negativa. Quizá debería echar la vista atrás y recordar la humillación Mundial, que sufrieron sus pupilos. En cualquier caso el primer paso está dado, la savia nueva corre por el vestuario de la selección y el apetito de los recién llegados puede ser la mejor medicina para un equipo que se encuentra en stand by.
Salieron los Xabis, Puyol y Villa, brújulas, estandartes e iconos de una selección que aparcó un ciclo este verano. Llegaron los Alcácer, Koke o Kiko Casilla. Jugadores con un futuro brillante, seguro, pero con muchos kilómetros por acumular en sus botas. Alguno, como el del Valencia, va asomando la pata poco a poco, sin hacer mucho ruido, pero cogiendo número para el once titular.
España no precisa de urgencias. Con un grupo de clasificación para la Eurocopa de 2016 sencillo (a priori), Del Bosque tiene tiempo de ir despejando incógnitas de esta ecuación en la que se ha convertido nuestra selección.
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