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Comenzar sin jeta

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Foto de Ángel Martínez (Realmadrid.com)
Foto de Antonio Solanas (Realmadrid.com)

Sobre el Madrid de ayer en el Trofeo Santiago Bernabéu se pueden escribir muchos tópicos. Que a Benítez le va a costar dar con la tecla más de lo que parecía porque un equipo no se construye en un mes; que dónde está Carlo ahora que le necesitan; que todavía falta rodaje porque estamos en agosto y algunos incluso vienen pasados de las vacaciones; o que uno no se acostumbra a dejar de ver a Íker al final de los partidos exhortando a los escaqueados a postrarse ante el caprichoso madridismo que suba o baje el pulgar. Lo que no es posible eludir en un análisis del partido de ayer es que la temporada empieza con la más sacra e hilarante costumbre madridista: sufrir ganando, que no ganar sufriendo -incluso en tu propio trofeo-, posiblemente el añadido sadomasoquista que más acaba valorando el madridismo de bien.

En la tele pronto se encargaron de hablar del madridismo del árbitro –el pobre hombre tuvo la desdicha de ser del Colegio madrileño-, pero poco se habló del de Bale: ni que sea por amor propio podría mirarse de vez en cuando el escudo. Ante la poca efectividad de Cristiano –no seré yo el que ose criticarle por no meter goles en el Trofeo Bernabéu- tuvo que aparecer Nacho, que siempre hace lo que debe, para cabecear el primero a parábola perfecta de Modric, que ahora contará con amiguito croata en la media, todavía está por ver para qué. La primera mitad acabó con poco más que Jesé e Isco: del primero se predicó la rabia insistente del que tiene demasiadas ganas por demostrar y recuperar el tiempo perdido; del segundo, eso que tan bien explicó Manuel Jabois sobre Messi: “Improvisó otra vez planos viejos. Y volvió otra vez a hacerlos únicos.”

El bueno de Sneijder, el mismo por el que uno siente ineludible compasión al verle tan lejos de la élite a tan temprana edad, comenzó el segundo tiempo haciendo de las suyas para apuntarle uno al Galata a pase de Podolski, que anteriormente también había tenido las suyas. A partir de ahí, lo más reseñable fue que Benítez, cachondo como él solo, quiso cambiar a Ramos para quitarle hierro al asunto de su nuevo contrato. El Bernabéu, contra pronósticos desventurados que no saben lo que es el Madrid si dudan del aprecio al héroe de la Décima, quiso ovacionarle: no se sabe si para que Sergio se sintiera como en casa o porque ahora cobrará más que Piqué.

En el minuto 82, sin embargo, surgió la exhalación que hizo que todo cobrase sentido. Ya se le había visto fino durante el partido, pero a Marcelo le apetecía emular, ni que fuera por unos segundos, al mejor lateral izquierdo del mundo, que ahora era él. Porque Marcelo practica en el lavabo de su casa, para acostumbrarse a los espacios reducidos, lo que luego pone en práctica en el campo. Que se fuera de tres e hiciera la de siempre es la simple anécdota: lo entrañable es el desparpajo que le echa, la confianza en sí mismo que le transporta a donde él, y sólo él, quiere. Lo más afectivo que se le podía decir al brasileño como muestra de agradecimiento es lo que Álvaro Benito expresó en la retransmisión de La Sexta: “Se tiene que tener mucha jeta para meter ese gol”. La misma que le faltó al equipo durante todo el partido.